De Los Monegros a Catarroja: dos bomberos monegrinos narran su experiencia en Valencia

Chus Til, natural de Callén, y Aitor Abadías, vecino de Lanaja, han regresado este miércoles a casa tras cuatro intensas jornadas de trabajo tras la DANA.

Chus Til y Aitor Abadías observan las grandes consecuencias del paso de la DANA por Catarroja.

Chus Til, natural de Callén y subjefa de intervención del parque de bomberos del Ayuntamiento de Huesca, y su compañero, Aitor Abadías, vecino de Lanaja, regresan este miércoles a casa, después de cuatro intensas jornadas de trabajo en Catarroja (Valencia), a la que están destinados los equipos de emergencias y recursos coordinados por el 112 Aragón. Y lo hacen con una sensación agridulce. «Nos sentimos afortunados de haber podido ayudar y por otro lado, compartimos cierta frustración, ya que nos hubiera gustado hacer más por aquellos que lo han perdido todo», explica la primera. «Ojalá hubiéramos llegado antes para poder realizar más acciones de salvamento», añade Abadías.

 

El equipo del Servicio de Prevención, Extinción de Incendios y Salvamento (SPEIS) del Ayuntamiento de Huesca llegó el pasado sábado a la localidad de Catarroja, cuatro días después de la tragedia de la DANA, donde su primera impresión fue la de encontrarse en «un escenario de guerra», señalan. «La fuerza del agua fue enorme y arrastró todo lo que encontró a su paso: coches, mobiliario, enseres…», explica Til. La descripción se asemeja con las imágenes más repetidas en los últimos días. Ahora bien, advierte que es muy distinto verlo a través de la pantalla que presenciarlo in situ. «Aquí sumas más sentidos: el ruido, los olores, las voces… y el testimonio de los afectados», añade la subjefa de intervención. «Te concentras en el trabajo, pero también debes parar y escuchar, interactuar con la población, que narra historias que te sacuden por dentro y te afectan como persona», añade Abadías. Y en medio de todo ese caos y dolor, lo que más destacan los dos bomberos monegrinos es la humanidad y solidaridad de la gente. «A pesar de que lo han perdido todo, se desviven para que no te falte de nada. Te ofrecen agua y comida, y están pendientes de todo», explica Til, aún sobrecogida por todo lo vivido. También relata que «impresiona» ver a aquellos que deciden echarse a la carretera y llegar a las zonas más inaccesibles, donde está limitada la circulación de vehículos particulares. «Andan dos o tres horas con cepillos, palas y cubos para limpiar las calles y ayudar a quién lo necesite; es increíble», subraya.

Gran parte de su labor ha estado centrada en la retirada de vehículos y achique de agua en garajes.

Nada más llegar a Catarroja se les asignó un perímetro, donde su prioridad fue despejar las calles, los accesos y los garajes taponados por los coches apiñados. Por ejemplo, la primera noche se centraron en el parquin de la Plaza Mayor, con el fin de despejar el acceso y después, achicar agua para poder acceder y buscar posibles víctimas, siempre con la ayuda de los tractores y los agricultores aragoneses trasladados a la zona. El aparcamiento, de grandes dimensiones y con dos plantas, había actuado de sumidero, absorbiendo coches, agua y maleza. Por suerte,  no encontraron fallecidos.

 

A lo largo de los siguientes días, continuaron desarrollando tareas similares, despejando entradas a viviendas y garajes de comunidades de vecinos y después, achicando agua. Y no era sencillo. En uno de los casos, como ejemplo, la fuerza del agua había reventado la pared interior del aparcamiento subterráneo conectándolo con el contiguo y alcanzando una altura de tres metros. También prestaron auxilio a las necesidades de la población, abriendo puertas de inmuebles, sacando enseres de gran tamaño o bajando personas con movilidad reducida de plantas superiores.

Aitor Abadías, vecino de Lanaja, durante su trabajo en Catarroja.

Durante estos días, se cuentan con los dedos de una mano las horas dedicadas al sueño y al descanso, ya que «la prioridad era trabajar el máximo tiempo posible y dar lo mejor de nosotros mismos», indica Abadías. Los bomberos oscenses tenían su alojamiento en un colegio infantil de Catarroja. Y esa es otra de las imágenes que se llevan consigo. «Nos sobrecogía ver las mesas y las sillas, con sus libros y cuadernos, esperándoles, y sin saber cuándo podrían volver a ocupar sus sitios y recuperar cierta normalidad», explica Til.

 

Aún con su turno recién terminado, y sin poder digerir todo lo vivido, ambos bomberos se muestran dispuestos a volver a las localidades afectadas por la DANA y seguir prestando su ayuda. «Ahora, al menos, en una nuestra zona, el trabajo pendiente se corresponde más con maquinaria pesada, pero habrá otras localidades con otras necesidades y si nos corresponde atenderlas, allí queremos estar», concluyen.