«Mi padre fue al funeral de su hermano y no ha podido volver»

Byanka Popovych lleva 13 años en Sariñena, desde donde intenta ayudar a sus familiares y amigos en Ucrania.
Byaka, junto a su hijo, en la plaza Mezín de Sariñena, en la que reside desde hace 13 años.

Byaka, junto a su hijo, en la plaza Mezín de Sariñena, en la que reside desde hace 13 años.

Byanka Popovych, natural de Ucrania, lleva 13 años en Sariñena. Aquí llegó en plena juventud y aquí ha hecho su vida. Tiene pareja y un hijo de 8 años, que sabe quién es Putin y el daño que está causando. «Ha sido imposible aislarlo», dice ella, aferrada a su teléfono móvil, la vía de comunicación diaria con su familia y amigos en Ucrania.

 

Su región de origen está en la frontera con Hungría, lejos de los ataques lanzados por Rusia, que se han intensificado en las últimas horas y que siguen causando numerosas bajas entre la población civil. Allí vive su madre y ahora, otros muchos familiares cercanos, a los que han dado cobijo tras dejar atrás su hogar. «Ahora mismo, allí la situación está más o menos tranquila, sin combates cercanos, así que mi familia está recogiendo a los que se desplazan desde otras zonas más conflictivas», explica. Aunque a más de 2.500 kilómetros, ella hace lo mismo. De hecho, ha cedido a una de sus primas el piso que conserva en esta zona de Ucrania, al que llegó hace tres días junto a su marido y su hijo. «Vivían muy cerca de Kiev y han tenido que marcharse. Las explosiones se escuchaban desde su casa», explica.

 

La invasión rusa también ha pillado a su padre en Ucrania. Aunque tiene su residencia fijada en Sariñena, «se fue para asistir al funeral de su hermano hace poco más de una semana y ya no ha podido regresar. Sabe que puede ser llamado a filas y se ha quedado allí», explica. De momento, las comunicaciones con su familia funcionan sin problemas y a diario pueden hablar e intercambiar videollamadas.

 

«Hoy es el séptimo día de guerra y aún cuesta creerlo», dice. «La gente muere y el país se destruye», afirma. «Aunque estemos a miles de kilómetros, nuestro corazón está con ellos», añade. Byanka Popovych reconoce la «valentía y templanza» del pueblo ucraniano, muy castigado a lo largo de la historia y con heridas todavía abiertas. Según explica, «han asumido esta nueva realidad y han sabido reaccionar, con determinación y solidaridad». De hecho, al hablar de su familia, asegura que «algunos días son ellos los que están más tranquilos que nosotros». «A veces, hay personas que sacan lo mejor de sí cuando se encuentran en una situación límite», añade. De momento, ninguno de sus familiares se plantea abandonar el país.

 

Aunque sigue trabajando en el negocio familiar, una fábrica de embutidos, Popovych, que comparte su vida con un monegrino, asegura que es incapaz de concentrarse en las tareas diarias. Tampoco consigue dormir varias horas seguidas. «La preocupación es constante y los nervios, también», admite, aunque sin perder la esperanza, aferrándose a la «potencia, espíritu y voluntad de nuestra gente». También a su solidaridad. «Nos tenemos que mantener en pie, ser conscientes de lo que ocurre y de quién es el causante», añade, pensando en el presente y, al mismo tiempo, en el futuro. «Ahora, toca resistir y rezar, mantenerse vivos, y después, habrá que ver cómo enfrentar tanto sufrimiento y cómo recomponer el país», concluye.  

 

La situación límite del pueblo ucraniano también ha despertado el espíritu solidario de Los Monegros, donde residen unas quince familias procedentes de este país. En Sariñena, tras barajar varias opciones, el Ayuntamiento ha informado a través de sus redes sociales que la ayuda más urgente ahora es la económica a través de las cuentas de Cáritas y Cruz Roja. También indican que una vez tengan organizados los canales de recogida y reparto de ayuda de todo tipo de enseres, comida o medicamentos realizarán un llamamiento abierto a toda la población y se encargarán de que las donaciones lleguen a su destino.