Primeros refugiados en Sariñena: «Solo quiero volver a reunir a mi familia»

Yaroslava Shulzhenko y sus dos hijos, Kira y Sava han conseguido huir del horror de las bombas.
Yaroslava, seguida de sus dos hijos, su cuñada y la madre de acogida de esta última.

Yaroslava, seguida de sus dos hijos, su cuñada y la madre de acogida de esta última.

Yaroslava Shulzhenko y sus dos hijos, Kira, de 15 años de edad, y Sava, de 10, ya están en la localidad de Sariñena (Los Monegros). Han llegado huyendo de una guerra «injusta y cruel», dice ella, con la cabeza y el corazón todavía en Ucrania.

 

Su cuñada, Oksana, que ya lleva cinco años viviendo en la capital monegrina, hace de traductora, con el fin de transmitir un relato que ya comparten más de un millón de desplazados ucranianos, la mayoría mujeres y niños. Yaroslava y sus dos hijos, Kira y Sava emprendieron su huida el pasado 24 de febrero, es decir, tan solo unas horas después del inicio de la invasión rusa. «A las 5.00, recibimos una llamada, alertándonos del inicio de los ataques», dice. Y, aún sin poder creérselo, escucharon las primeras explosiones desde su casa, situada a tan solo 10 kilómetros de Kiev. «No lo pensamos mucho. Cogimos cuatro cosas y nos fuimos», señala. «Para nosotros, lo primero era mantener a salvo a los niños», añade, incluyendo en el relato a su marido, Roman, que sigue en Ucrania, «protegiendo y defendiendo nuestro hogar», subraya.

 

Se subieron al coche sin tener claro el destino. De hecho, su primera opción fue quedarse en suelo ucraniano, cerca de la frontera con Eslovaquia, pero el temor se fue acrecentando con el paso de las horas y decidieron poner rumbo a la frontera con Polonia. «Había mucho tráfico. Las carreteras estaban llenas de personas que huían. Abandonamos el coche a 13 kilómetros y el resto del camino lo hicimos andando», explica. Al llegar, el paso fronterizo estaba abarrotado. Era el primer día de un éxodo masivo, «faltaba ayuda y organización», explica.  

 

«Hicimos cola durante dos días, de pie y sin agua. El espacio era estrecho. La gente estaba muy asustada; había empujones y pisotones. Lloros y muchos nervios; costaba respirar. Algunos se desmayaban y otros retrocedían. Las mujeres con niños pequeños no tenían dónde calentar el agua para el biberón ni pañales para cambiar a sus hijos. Muchas tuvieron que darse la vuelta», recuerda. También volvió sobre sus pasos su marido, con el fin de cuidar de sus familiares más mayores y unirse a la resistencia. «Hablamos mucho durante todo el viaje. Nos dijo que no lloráramos y que todo se arreglaría. A mí, al despedirnos, me pidió que fuera fuerte y que salvara a los niños», añade. Y en este punto del relato son inevitables las lágrimas. También lloran sus hijos y su cuñada, a la que se le quiebra la voz al traducir sus palabras. «Es muy duro», subraya, mientras le ofrece un pañuelo a su hija, Kira, que solo tiene un deseo. Al preguntárselo, lo resume en una palabra, que ni necesita traducción: «papá».

 

Al otro lado de la frontera, les esperaba un amigo de la familia, que aguardó su llegada durante dos días en su propio coche y desde allí, se desplazaron al interior de Polonia, donde han permanecido hasta coger un avión rumbo a España. Su llegada tuvo lugar la noche de este pasado jueves, aterrizaron en Barcelona y de ahí, a Sariñena. Oksana fue a recogerlos.

La familia recibió el apoyo de representantes del Ayuntamiento y la Comarca.

La familia recibió el apoyo de representantes del Ayuntamiento y la Comarca.

«Aún me parece estar en una película de terror. No es posible entender tanto horror», prosigue. «Ya no son solo objetivos militares. Son todo tipo de edificios: casas, centros médicos, colegios, guarderías, orfanatos…», prosigue. A excepción de ellos tres, el resto de su amplia familia continúa en Ucrania. Todos cerca de las zonas más conflictivas. En Kiev, está su madre, que pasa los días refugiada en el metro, y a unos 15 kilómetros, su padre. Cada uno con sus familias. El resto se concentra en una población rural a unos 45 kilómetros de la capital ucraniana. «Ahora, las carreteras ya no son seguras. La decisión de salir o no debe ser suya», explica.

 

La dureza de la invasión rusa dejará «poco o nada» a lo que volver, señala Yaroslava, que solo tiene un deseo: «volver a reunir a mi familia, sea donde sea, el lugar ya no importa». «Solo quiero que esto acabe y ellos sigan vivos», concluye.

 

Yaroslava y sus dos hijos se alojan con su cuñada, Oksana, que volvió en 2017, después de un primer periodo como niña de acogida. Su madre aquí es Tere Mur, vecina de la Cartuja de Monegros, con la que pasó largos periodos entre los 7 y los 18 años de edad. «Siempre quise volver y quedarme», señala Oksana, que vive con angustia la invasión rusa sobre su país. Allí, siguen todos sus hermanos. Son nueve.

 

Desde su llegada, Yaroslava y su familia cuentan con el apoyo del Ayuntamiento de Sariñena y en general, de toda la población de la capital monegrina. Para constatarlo, han mantenido ya este viernes un primer encuentro con una delegación municipal así como con varios representantes del área de Servicios Sociales de la Comarca de Los Monegros. Ambas instituciones han iniciado ya los trámites administrativos para regularizar su situación y garantizar su acceso a los servicios sanitarios y educativos.

 

Además, el consistorio les hará entrega de varios paquetes personalizados con ropa, comida y enseres donados por la población en los espacios habilitados para la recogida de ayuda para Ucrania. También ha sido cedida a la comunidad ucraniana y las familias de acogida de Sariñena la barra del servicio de bar de las celebraciones del carnaval de este sábado con el fin de que todo lo recaudado se destine a los desplazados que vayan llegando a la capital monegrina.

 

A pesar del dolor, Yaroslava mira al futuro. De hecho, ha preguntado al consistorio por la posibilidad de inscribirse en las clases de español que oferta la Escuela de Adultos así como por los trámites que debería cumplimentar para acceder a un trabajo. «Tengo que sacar a mis hijos adelante», señala. A su lado, el alcalde de Sariñena, Juan Escalzo, insiste: «No hay prisa. Ahora, contáis con la ayuda de toda la población. Atenderemos vuestras necesidades básicas, compartimos vuestro dolor y tenéis todo nuestro apoyo»«Gracias», le contesta ella, diciendo su primera palabra en castellano, sin necesidad de traducción.