
La representación volvió a tener lugar frente al Santuario de Magallón en Leciñena.
Robres volvió a peregrinar este domingo al Santuario de la Virgen de Magallón en Leciñena. El acto, de arraigada tradición, se repite cada último domingo de mayo. A pie o en coche, los vecinos recorrieron los 15 kilómetros que separan la localidad del templo, donde hubo misa y después, la esperada representación del dance, que fue especial, al cumplirse justo 30 años desde la reintroducción de la gaita de boto aragonesa.
Para celebrar este hito, que marcó un antes y un después, el acto contó con la participación de uno de sus artífices, Mario Gros. El músico llegó acompañado de otro de los profesores de la Escuela Municipal de Música de Zaragoza, Rafa García Hermoso, y de dos alumnos del programa ‘Gaiteros de dance’, que presta apoyo de forma puntual a las formaciones aragonesas. Los cuatro se unieron a los dos gaiteros titulares del dance de Robres, Carlos Bolea y Daniel Vizcarra.
«Volver a Magallón en un día así es muy especial. Hemos venido a celebrar aquel hito y por supuesto, la buena relación que seguimos manteniendo con el pueblo de Robres», señaló Gros. La gaita se reintrodujo en el dance en 1995 y durante los dos primeros años, el músico fue uno de los encargados de acompañar al dance, devolviéndole su sonido más genuino. Hasta entonces, y durante más de una década, la charanga local era la encargada de acompañar a la formación desde su recuperación en 1981.
«La localidad tenía un enorme interés por recuperar el sonido tradicional, el de la gaita, y eso fue lo que hicimos, uniendo estudio y voluntades», recuerda Gros. Para conseguirlo, el lutier recibió el encargado de crear una gaita para el dance de Robres y para ello, utilizó como modelo la gaita de los hermanos Becana, vecinos del municipio, que había sido hallada en un granero de la casa familiar en 1986, es decir, tan solo unos años antes. El modelo resultó ser el mejor posible. De hecho, la prueba del carbono 14 confirmó de forma reciente que es la más antigua de las que se conservan en Aragón, datándola entre 1680 y 1730.
«En aquel momento, el dance ya funcionaba con música de charanga, así que proponer un cambio fue una decisión valiente, que daba cierto vértigo», recuerda Gros. «Pero la respuesta fue magnífica. A la gente, le gustó, y fue una experiencia preciosa», añade. Durante los dos primeros años, como carecían de gaitero, siguieron acudiendo cada último domingo de mayo y acompañando el ancestral ritual, hasta que se produjo la pronta incorporación de los actuales, Carlos Bolea y Daniel Vizcarra. «Yo tenía 19 años y estaba en la rondalla. Al verlos tocar, supe que quería aprender», recuerda. Desde entonces, han pasado 28 años de compromiso y emoción. Para él, el cambio fue mucho más que musical: fue una forma de reconectar con las raíces. «A mí me mueve el deseo de mantener lo nuestro. Las tradiciones son la base de un pueblo. Si las pierdes, pierdes también tu identidad. Y eso no lo podemos permitir», señala.
Para Gros, el vínculo entre gaita y dance es esencial. «Probablemente la razón por la que la gaita ha llegado hasta nosotros es ese lazo con lo ritual, donde todo está pautado, de la música a la indumentaria o los textos, y que se tiende a salvaguardar», explicó. Además, el dance representa algo profundo. «Habla de identidad, de territorio, de familia, de comunidad… y eso hay que conservarlo», añadió. Y si la gaita de boto sigue sonando en Los Monegros, apostilló, es también gracias al empuje de estas tradiciones. «Aquí la gaita ha resistido con más fuerza que en otros territorios, precisamente por la vitalidad de los dances. Por eso siempre digo que debemos agradecerle al dance la pervivencia de la gaita». A día de hoy, Gros ve el panorama con optimismo. «La gaita goza de buena salud, se están haciendo cosas estupendas y, además, me encanta que cada vez haya más chicas gaiteras, lo que amplía muchísimo el recorrido y el futuro del instrumento», concluyó.

Imagen de los seis gaiteros que este pasado domingo participaron en el dance de Robres.
Coloridos blusones
Con motivo de la representación y para celebrar el señalado aniversario, los seis gaiteros que acompañaron al dance lucieron llamativos blusones confeccionados con telas de vivos colores, inspirados en las faldas tradicionales de las gaitas de boto. Se trataba de un guiño simbólico a una costumbre aprendida en el Sobrarbe, donde, según les explicaron, los músicos se “vestían de gaita” durante el carnaval, utilizando tejidos similares a los de sus instrumentos para aportar alegría y color al conjunto. Además, como descubrieron posteriormente, en el siglo XVII la palabra ‘gaita’ tenía también una acepción que hacía referencia a una indumentaria vistosa y de tonalidades llamativas.
Con su acompañamiento, la representación del dance arrancó, como siempre, con el diálogo entre el mayoral y el rabadán. Con brío y pasión, el primer papel fue interpretado por Roberto Serrano, que, tal y como señaló, vivió la jornada con emoción. «Para los integrantes del dance, y en general, para todo el pueblo de Robres se trata de un día muy especial, marcado en rojo en el calendario, que disfrutamos con idéntica pasión año tras año», dijo. Al primer diálogo, siguió la representación de las escenas de moros y cristianos, con los generales de cada ejército y las figuras del Ángel y el Diablo. También se llevaron a cabo las mudanzas de palos y espadas y finalmente, las tradicionales motadas, que el joven rabadán dedicó a cada danzante, aludiendo a alguna anécdota o vivienda particular. Para concluir, se recitaron los dichos, que permitieron repasar en forma de verso la actualidad del pueblo, del estreno del corral de comedias al reciente ascenso del equipo local.

Mayoral y rabadán, durante el primero de los coloquios.