«La Cartuja debe seguir siendo un lugar con vida»

Alberto Lasheras, natural de Alcubierre, ha ejercido durante diez años como guía de La Cartuja de Las Fuentes (Sariñena).

Alberto Lasheras, frente a La Cartuja de Las Fuentes.

Alberto Lasheras (Alcubierre, 1956) es investigador y apasionado de Los Monegros. Durante la última década, ha sido el alma de las visitas guiadas en La Cartuja de Las Fuentes (Sariñena), decorada con las pinturas de fray Manuel Bayeu. Acaba de jubilarse y entregar las llaves, pero su vínculo con este monasterio sigue intacto.

 

Usted es ingeniero técnico y empresario, ¿cómo acabó compaginando su actividad con la de guía turístico?

Por pura afición. Siempre me ha interesado la historia, especialmente la más cercana. En mi pueblo se perdieron los archivos durante la Guerra Civil y eso me generó la necesidad de recuperar lo que se había borrado. Así empecé a reconstruir hechos, nombres y lugares. Poco a poco, sin darme cuenta, acabé contándolos.

 

Acaba de cerrar su etapa como guía de La Cartuja de Las Fuentes. ¿Cómo se despide uno de un lugar al que ha dedicado tantas horas y palabras?

Uno nunca se despide del todo. Tengo un vínculo muy especial con este lugar. Después de tantas visitas, tantas conversaciones y tantos detalles compartidos, es imposible darlo por cerrado. De hecho, sigo sintiendo que aún me quedan cosas por descubrir. La Cartuja siempre te sorprende: un detalle que no habías visto, un grafiti que te había pasado desapercibido, una conversación inesperada que te ofrece una nueva mirada.

 

¿Cómo fue su última visita?

Muy especial. Aquel día vino un grupo de la cofradía del Santísimo Ecce Homo de Zaragoza y me regalaron unos grabados que sin pretenderlo sonaban a despedida. Pero lo más emotivo fue la visita de una familia de Barcelona. Querían seguir los pasos de su tío abuelo, Roberto Pidelaserra, un joven miliciano que con solo 19 años se alistó y durmió varios días en la Cartuja durante la Guerra Civil. Desde allí escribió cartas que permitieron reconstruir su itinerario por Lanaja, Alcubierre, Robres, Senés, Tardienta… hasta morir en un ataque aéreo en las trincheras de Santa Quiteria. Llegaron con su fotografía, y con ella en las manos, recorrieron los mismos pasillos, vieron los grafitis de sus compañeros… fue muy emotivo.

 

¿Ha vivido más visitas así, tan personales y emocionantes?

Muchas. Algunas te conectan de forma muy profunda con el lugar y con quienes lo habitaron. Recuerdo especialmente a los biznietos y tataranietos de Bernabé Romeo, que quiso transformar este monasterio en un balneario y cuya figura merece ser reivindicada. Han estado aquí en tres ocasiones, y siempre ha sido muy emocionante, por la oportunidad de verles recorrer lo que un día fue propiedad de sus antepasados o enseñarles la capilla del Sagrario, donde Bernabé Romeo enterró a su padre y a dos de sus hijas. Además, gracias a ellos conocí detalles muy valiosos sobre aquella etapa del balneario y sobre episodios poco documentados, como su relación con el bandolerismo. Y es que Bernabé Romeo fue extorsionado por el Bandido Cucaracha.

 

¿Qué hace con toda esa información?

Todo lo que voy descubriendo lo documento y lo guardo por escrito. Y, sobre todo, lo incorporo a las visitas. Esa es la parte que más disfruto: poder compartir lo aprendido, enriquecer el relato con datos nuevos, con conexiones inesperadas y con historias que no están en los libros.

 

Usted no sigue un guion. ¿Cómo sabe por dónde empezar y cuándo parar?

Hay quien me pregunta si no me canso de repetir siempre lo mismo, pero es que nunca cuento lo mismo. Cada visita es diferente. Adapto el discurso al grupo que tengo delante: escolares, universitarios, expertos en arte… No puedes contarles lo mismo ni de la misma manera. Eso lo aprendí, curiosamente, en el festival de teatro de Robres. Vi una actuación del actor Miguel Rabaneda y al terminar, le pregunté cómo conseguía acertar siempre con el público al que implicaba. Me dijo: «Leo en sus caras». Y eso es lo que intento hacer yo. Observo a quien tengo delante, leo su expresión, su interés, su desconexión… y en función de eso adapto el tono, cambio de historia, introduzco una anécdota o una broma. Esa es la clave para mantener la atención; no dar un discurso sino establecer un diálogo.

 

El libro de visitas está repleto de elogios a su trabajo. Es el indicado para dar la clave: ¿qué debe tener un buen guía? ¿Qué diferencia a quien informa de quien emociona?

Creo que la clave está en la cercanía. Ser amable, hablar con claridad, adaptarte a quien tienes delante… y transmitir verdad. Se trata de conectar con las personas, de descubrir qué les interesa, de mirarles de forma individual y no tratarles como un grupo más. Y luego está la pasión. Si tú la sientes, se nota. Y si se nota, les llega. Yo la tengo. Lo vivo de verdad. Me siento profundamente unido a este lugar y a los personajes que lo habitaron. Y son muchísimos: fray Manuel Bayeu, autor de las hermosas pinturas; Francisco Bayeu, su hermano, y pintor de la Corte, que lo visitó varias veces; los hermanos Comenge, que fueron benefactores y estuvieron muy vinculados a la Corte; Ventura Rodríguez, Carlos Salas, los hermanos Yarza, Martín Zapater, Goicochea… Todos ellos forman parte de esta historia, y yo intento hacer que cobren vida.

 

En estos diez años, se habrá llevado muchos piropos. No sea modesto y comparta alguno.

Sí, ha habido comentarios muy bonitos, y alguno bastante curioso. Recuerdo especialmente a una señora que, al terminar la visita, me dijo que ya entendía por qué no había bebido agua en todo el recorrido. «Usted es una fuente», me soltó. Me hizo mucha gracia… y también me emocionó.

 

Se acaban de cumplir diez años desde que el monumento fue adquirido por la Diputación Provincial de Huesca y pasó a manos públicas. ¿Cómo le ha sentado ese cambio a la Cartuja?

Ha vuelto a la vida. La Cartuja estaba perdida, abandonada, olvidada. Y de pronto, en 2015, la Diputación la compra y empieza a actuar de inmediato: arregla cubiertas, frena humedades, consolidar estructuras… Desde entonces no han parado, y lo mejor es que siguen proyectando nuevas intervenciones. Se ha devuelto la vida al lugar y, sobre todo, se ha recuperado para todos. Es patrimonio público, de todos, y todo el mundo puede venir, visitarla, admirarla. Y eso es lo que ocurre: quien cruza ese atrio por primera vez se queda impresionado por la cantidad y calidad de las pinturas, la historia que encierra y los personajes que la habitaron.

 

Además, a través del Festival Sonna de la DPH, aquí han actuado Amaral, Rozalén, Manu Chao o Miguel Ríos. ¿Ha asistido a alguno de estos conciertos?

A todos. No me he perdido ninguno. El ambiente que se crea es espectacular. Desde la organización, tan cuidada, hasta el momento mágico en que la luz va cambiando: la puesta de sol, la salida de la luna, la Cartuja iluminada… Todo eso convierte cada concierto en una experiencia única. Y lo más interesante es lo que viene después. Muchos de los asistentes vuelven, días o semanas más tarde, para descubrir qué hay detrás de ese escenario monumental que no pudieron ver durante el concierto.

 

¿Y ha ejercido de guía para alguno de los artistas?

Algunos han venido, han actuado y ya está. Pero otros se han interesado mucho por el lugar. He hecho de guía para Rozalén, que se mostró muy emocionada, y para Kiko Veneno y Rodrigo Cuevas.

 

La Cartuja no solo fue un monasterio. También ha sido cuartel, balneario frustrado, granero, paridera… ¿Qué debería ser ahora?

Ahora debe convertirse en un gran foco cultural, para Los Monegros y para Aragón. Tiene el potencial para ser el eje de un itinerario apasionante: monasterio de Sijena, ruta Orwell, casa natal de Miguel Servet, La Laguna… Hay materia para una ruta cultural de primer nivel. Pero, sobre todo, la Cartuja debe seguir siendo un corazón que late: con actividades, conciertos, seminarios, un centro de estudios que atraiga investigadores o un lugar de meditación y retiro.

 

¿Qué lugares visita un guía turístico amante de la historia y el patrimonio? ¿Qué otras joyas nos recomendaría?

Soy de los que prefieren empezar por lo más cercano. A veces tenemos auténticas joyas al lado de casa y no les damos el valor que merecen. En Aragón, por ejemplo, lugares como Loarre, San Pedro el Viejo, la colegiata de Bolea, La Seo, El Pilar o la Aljafería son imprescindibles. Y fuera, cualquier ciudad española tiene historia, arte y personajes que te sorprenden. Solo hay que saber mirar.

 

¿Usted es de los que visitan los sitios con guía o prefiere perderse a su aire?

Si hay posibilidad, siempre con guía. Cada lugar guarda más de lo que se ve, y una buena visita te lo descubre. Hay sitios que solo se valoran y entienden cuando alguien te los cuenta.

AGENDA

Mes de agosto

Observaciones astronómicas. Observaciones del cielo y de la lluvia de Perseidas en Farlete, Albalatillo y Sariñena.  

Más información.


12 y 13 de septiembre

Festival Sonna. Goran Bregovick, La Bien Querida y Travis Birds en La Cartuja de las Fuentes.  Más información.

 

Temporada de 2025

Corral de Comedias de Robres. Más
de 30 actuaciones de gran nivel en la nueva temporada de un espacio cultural
único en Aragón. Más información.