José María Rivarés y Ángel Pertusa son los impulsores de esta iniciativa vecinal.
El belén instalado en la cueva de Grañén afronta este año su cuarta edición consolidado como una de las propuestas navideñas más singulares del municipio. Un montaje que suma nuevos elementos y que es fruto del trabajo de varios vecinos del municipio, encabezados por sus impulsores, Ángel Pertusa y José María Rivarés
El origen del belén se remonta a la recuperación de una antigua cueva, utilizada como refugio, que fue rehabilitada a través de un taller de empleo. La actuación permitió, además, acondicionar todo su entorno, que pasó de ser un simple terraplén de tierra a una cuidada zona ajardinada. Fue entonces cuando surgió la idea de darle vida en Navidad.
Desde entonces, el montaje no ha dejado de crecer. Este año, una de las principales novedades es la ampliación del poblado, elaborado en su mayor parte con poliespán trabajado y pintado a mano. A ello se suman nuevas construcciones, como una muralla, un lavadero o pequeño portal. «La idea es que cada año haya algo distinto, una atracción nueva, para que la gente tenga ganas de volver y ver qué hemos puesto», señala Pertusa.
El belén mantiene, no obstante, algunos de sus elementos más reconocibles, como el Nacimiento situado al fondo de la cueva, que se conserva como eje central desde los primeros montajes. «Nos gusta guardar la tradición para que la gente lo reconozca, pero al mismo tiempo ir incorporando novedades», apuntan sus artífices.
Uno de los rasgos que distingue este belén es su vinculación con el territorio. El mural de fondo pintado por Ángel Pertusa recrea la serreta visible desde Grañén, con referencias a Marcén, Fraella, Tramaced y Piracés, e incluye elementos naturales emblemáticos como el Mobache, los torrollones o el pantano de Marcén. «Es parte de mi zona, de lo que conozco, y me apetecía que estuviera representado», explica. A esta pintura se han ido sumando otros detalles artísticos y paisajísticos, integrados con naturalidad en la roca de la cueva.
El montaje también destaca por la cantidad de elementos artesanales que enriquecen las escenas: animales, pesebres hechos a mano o una zona de oliveras, que refuerzan el carácter tradicional del belén. Todo ello se completa con una cuidada iluminación que, especialmente al caer la noche, potencia el efecto sorpresa. «A la gente le impresiona entrar, ver las luces al fondo y descubrir poco a poco el conjunto. El hecho de estar en una cueva le da un valor especial», coinciden.
Detrás del resultado final hay muchas horas de trabajo y dedicación. Aunque el montaje puede completarse en un par de días, la preparación previa es larga y minuciosa.
